¿Alguna vez le has fallado tanto a Dios, de tal forma que sientes que ya no quiere perdonarte? Si has pasado por algo similar, déjame decirte que no eres el único; en mi caso como cristiana, durante mucho tiempo tuve muchos pensamientos similares a este. Cada vez que iba a la iglesia me sentía una hipócrita, cuando leía mi Biblia simplemente veía palabras que no entendía, y cuando oraba sentía que no merecía ser escuchada, pues era demasiado pecadora como para que Dios se tomara la molestia de prestar atención.
Como tú, pensaba que era la única que luchaba con esto, pero poco a poco entendí que todos los cristianos llegamos a batallar con algún pecado que nos avergüenza, y hasta cierto punto tratamos de “esconderlo”, pero dentro de nosotros sabemos que ese pecado ya nos ha consumido poco a poco. Posteriormente se lo entregamos a Dios, aceptamos que luchamos con ese pecado y lo confesamos. Intentamos seguir con nuestra vida cristiana, sin embargo la culpa no nos deja; nos sentimos asfixiados y cansados y creemos que Dios no puede olvidar nuestro pecado, inclusive hasta sigue condenándonos por ello, o tal vez el simple hecho de fallarle tan constantemente nos hace sentir culpables e indignos.
DEFINIENDO MI PECADO
Como creyentes, podemos llegar a definir al pecado como actos que son moralmente malos, y por ende ofenden a Dios; durante mucho tiempo yo también creí en esa definición. Sin embargo, al estudiar las Escrituras me di cuenta que los fariseos creían exactamente lo mismo. Ellos tenían la ley, una ley tan grande que dedicaron cada día de sus vidas a cumplirla al pie de la letra, llegaron a un punto en el que se sintieron satisfechos consigo mismos, pues pensaban que al cumplir la ley estaban bien con Dios, y por otro lado, aquellos que fallaban eran condenados.
Espero no me mal intérpretes, no digo que obedecer la ley sea malo, al contrario ¡Es buena! Pues fue hecha por Dios mismo, pero cuando leemos con detenimiento, podemos darnos cuenta que como humanos no podemos cumplirla, Dios puso la ley para que nosotros supiéramos la altitud de su estándar, la perfección que demanda, la calidad hermosa y admirable de lo que Él es. Nos dio la ley para que supiéramos que humanamente, estamos muy lejos de que podemos cumplirla.
Cuando comprendí todo esto, entendí que el pecado no es aquello que hago mal frente a una sociedad y que es moralmente malo, en realidad el pecado es todo aquello que de manera consciente o inconsciente, intenta quebrantar su esencia y su perfección, lo cual significa que le estoy ofendiendo directamente. Esto significa que cada segundo de mi vida quebranto la perfecta imagen de Dios. Al humillar a alguien, ofendo su gracia; al dudar de Él, ofendo su benignidad; al tener miedo, ofendo su omnisciencia y su paz; al enojarme, ofendo su mansedumbre. De esta manera, mi conducta contradice quién es Él.
¿Piensas que exagero? Créeme, yo también lo sentí así; sin embargo 1 Pedro 1:16 dice:“Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” Me tomé la tarea de buscar el mismo pasaje en diversas versiones de la Biblia, y me admiré al encontrar que la palabra SANTO no cambia. No es que los traductores se hayan equivocado, o que Pedro quería que viviéramos una vida moralmente buena ¡NO! Comprendí que la Santidad de Dios no tiene variabilidad, Él me llama a ser santo tal y como Él es Santo, no hay más, simplemente es: “Se santo, porque yo soy santo”.
DEFINIENDO MI CONDICIÓN
Tal vez para este punto, al igual que yo te sientes tan humillado y avergonzado, que crees que Dios en su perfecta esencia de santidad no puede amar a alguien como tú, imperfecto, pecador y tan débil ante la tentación. Y aunque suene fuerte decirlo así, esto es verdad. Dios no ama ni puede amar a alguien pecador e imperfecto. Saber esto llenó de culpa mi corazón, por lo tanto pensé que Dios ya no me amaba, y lentamente mi relación con Dios se fue apagando. Sin embargo un día, Dios en su misericordia me enseñó que:
1.- NO ESTOY SOLA
“¡Soy un pobre desgraciado! ¿Quién me libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte? ¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro Señor.”
–Romanos 7:24 (NTV)
¿Recuerdas que yo también creía que nadie más luchaba con el pecado como yo lo hacía? Leer este pasaje trajo un gran descanso a mi alma; darme cuenta que la batalla contra el pecado no es algo que tengo que enfrentar sola. Muchos creyentes a lo largo de la historia han vivido lo mismo que tú y yo, el mismo Pablo llegó a sentirse miserable por su pecado; él sabía que había una lucha dentro del creyente, una batalla constante de alguien que quiere hacer lo bueno, pero que sigue estando en un cuerpo corrompido. Sin embargo, tenemos a Cristo que carga con nuestro pecado. Él lo toma, lo viste, y lo clava en la cruz, y por este acto, ya no soy visto como pecador, ni como imperfecto, sino soy vestido con la justicia y la perfección de Cristo.
Por otra parte, no solamente tenemos a Cristo; sino que Él mismo nos provee de su cuerpo, la iglesia, por medio de la cual manifiesta su gracia, a través de hermanos que nos ayudan a lidiar con el pecado y las tentaciones (Gá. 6:1-2).
2.- SU GRACIA EN SU OBRA.
Estoy segura que como creyentes este es uno de los términos que escuchamos con más frecuencia, cuando se menciona inmediatamente pensamos en un “favor inmerecido”; sin embargo quiero compartirte una frase que le dio un poco más de sentido a mi definición.
“Los grandes pecados extraen gran gracia, y donde la culpa es más terrible y feroz, allí la misericordia de Dios en Cristo, cuando se le muestra al alma, aparece como la más alta y poderosa”
-John Bunyan (Gracia abundante)
Sí, la gracia es un favor que no merecemos, pero cuando hablo de pecado, de aquel que me hace sentir tan miserable, puedo ver en Aquel que sin culpa y sin pecado, decidió tomar mi culpa y mi pecado, y someterse a la ira absoluta de su Padre. Cuando pienso en gracia debo recordar que ese pecado que me agobia, ya fue cargado por ese Cordero sin mancha, y gracias a ello, ya no soy condenado.
La gracia, como su definición básica lo dice, no se trata de mí, de lo que soy o de lo bien que lidio con el pecado. No, se trata de lo que Él ya hizo por mí; es acerca de que esa culpa y vergüenza no tengo porque llevarla sola, Él ya la tomó por mí y la clavó consigo en la cruz.
DEFINIENDO MI ESPERANZA
Ahora cuando escucho acerca de la gracia, recuerdo lo que Pablo dijo a los Efesios: «Incluso antes de haber hecho el mundo, Dios nos amó y nos eligió en Cristo para que seamos santos e intachables a sus ojos…De manera que alabamos a Dios por la abundante gracia que derramó sobre nosotros, los que pertenecemos a su Hijo amado. Dios es tan rico en gracia y bondad que compró nuestra libertad con la sangre de su Hijo y perdonó nuestros pecados» – Efesios 1:4,6-7 (NTV).
¿No te parece maravillosa esta noticia? Cristo no solo nos perdonó, sino que sabiendo que habríamos de pecar decidió AMARNOS; no conforme con ello, nos escogió, y al mirarnos ya no ve nuestro pecado, sino que con amor en sus ojos ve a Cristo reflejado.
Sin embargo, espero que al final de este escrito no cometas el error de pensar en la gracia como una libertad para pecar. Anhelo que puedas entender que gracia significa que decido vivir en Santidad, por Aquel cuya santidad me fue otorgada en Cristo. En realidad, mi deseo más profundo es que puedas recordar que tu pecado, nunca va a ser más grande que la gracia de Aquél, quien en esencia de Santidad, decidió amarte aun sabiendo quién eres.
Por último, quiero compartirte lo que John Bunyan experimentó al respecto:
“Un día, mientras paseaba por un campo, cayó de repente esta frase sobre mi alma: [Tu justificación está en el cielo]. Pensé que podía ver a Jesucristo a la diestra de Dios. Sí, allí estaba sin duda mi justificación…Vi también que no eran mis buenos sentimientos los que hacían mi justificación mejor, y que mis sentimientos desagradables no hacían mi justificación peor; mi justificación estaba en Jesucristo mismo. Ahora sí que las cadenas se desprendieron de mis piernas; fui soltado de mis aflicciones… desde aquel momento en adelante, aquellos espantosos pasajes ya no me aterrorizaban más. Fui a casa gozándome a causa de la gracia y el amor de Dios, y busqué en mi Biblia dónde se hallaba este versículo: [tu justificación está en los cielos], pero no lo encontré, hasta que de repente leí: [ha sido hecho de parte de Dios, sabiduría, justificación, santificación y redención] (1ª Cor. 1:30), de este versículo vi que el otro también era verdad. Aquí descansé en la paz de Dios dulcemente, por medio de Cristo durante mucho tiempo”.
Mi hermano, quiero decirte que nuestros pecados son graves, tan graves son que le costaron la vida al más santo y justo de los hombres. Pero es justo por esa muerte, que hoy tú y yo descansamos en saber que ya no somos condenados. Nuestra justificación se encuentra en Cristo y en lo que Él hizo ya por mí, no en lo que yo hago por Él. Quiero animarte a que nunca dudes de su amor por ti, y que cada paso que estás dando, lo das con Él a tu lado. Él ya pagó y ganó tu justicia, ahora solo disfruta de este viaje camino a la gloria, viviendo y sirviendo a quien por su sangre, ya ganó tu gloria.
Comenzamos preguntando ¿Alguna vez le has fallado tanto a Dios, de tal forma que sientes que ya no quiere perdonarte? Si es así, mira a la cruz, y vive en la verdad del Evangelio, Él ya te perdonó, te dio su nombre, su estatus, su herencia y su gloria. Ahora descansa en Él y condúcete en una vida que solo le agrade a Él.
Fernanda Valdespino es Licenciada en Pedagogía, y miembro de la Iglesia Bautista Dios Proveerá en Tulancingo, Hidalgo. Actualmente sirve como Directora del dormitorio de señoritas de la Universidad Cristiana de las Américas.